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Poner a las personas en el centro del diseño: empatía e identidad.
Por Arq. Isidro Ramírez.

Para Norte Sur Arquitectos, diseñar tiene como objetivo crear espacios que ofrezcan la mejor experiencia para las personas que los habitan.
Los espacios, sean interiores o exteriores, son los escenarios donde se desarrollan todas las actividades de nuestra existencia. La mayoría de las personas pasamos más del 90% del tiempo diario en espacios interiores o espacios urbanos cuya configuración determina de manera totalmente inconsciente y nuestras emociones y la manera en que nos sentimos y comportarnos.
Al navegar los espacios, somos sometidos sin darnos cuenta a su gran poder: el poder de hacernos sentir, de despertar emociones que a su vez, dominan nuestros pensamientos, y estos al final, afectan nuestras acciones.
Los estudios de neurociencia aplicada al comportamiento social nos explican cómo nuestro cerebro es capaz de “leer” los espacios y tomar decisiones de manera instantánea, basado en la información que recibe a través de los sentidos.

Es así como la arquitectura se convierte en uno de los recursos más poderosos para influir en la conducta y el bienestar humano. El problema es que las configuraciones espaciales que habitamos de manera cotidiana, no siempre están pensadas intencionalmente para brindar buenas emociones y por ende, buenas experiencias.
No obstante, tratar de mejorar y desarrollar esta capacidad desde hacer arquitectónico nos enfrenta a un reto complejo, ya que no solo debe atender el propósito usual de analizar e incluir decisiones de diseño a partir de las características y condicionantes físicas y climáticas del terreno o del sitio para beneficio de la personas y del medio ambiente, sino también el sistema de valores que define la identidad de las personas usuarias, entendiendo que todos formamos parte de una familia, una comunidad, una organización o una región.
Este aspecto nos saca de la burbuja de lo individual y la expande hasta abarcar a otros con quienes compartimos creencias, códigos de comportamiento, aspiraciones e ideales, que poco a poco se traducen en tendencias y estilos, que son expresiones del ser y del hacer que se convierten en un lenguaje de comunicación que nos invita, nos incluye y nos abraza. Pero algunas veces, las tendencias y los estilos se vuelven un fin en sí mismos. Esto último nos puede fácilmente llevar hacia un peligros rumbo en el proceso de diseño, pues podría desviarnos del bienestar en la experiencia humana al priorizar el diseño para el deleite visual enfocado en un desarrollo formal, desconectado del propósito más profundo y complejo que sería unir el espacio con la memoria sensorial y emocional de quien experimenta el espacio.

Lo que hace a este reto tan complejo es que la experiencia perceptual humana vivida individualmente, desde el mundo subjetivo e íntimo, difiere mucho de una persona a otra. Por eso los espacios diseñados desde el deleite visual, pueden ser engañosos y producir una disonancia cognitiva: esto es que no se sienten tan bien como parecían, o que el deleite visual no logra traducirse en deleite sensorial integral.
Es por esto que el rescate de la memoria colectiva, de los referentes del contexto y apelar a la identidad local, mejora la percepción y la legibilidad de un espacio, al ofrecer “anclas” a la memoria, la imaginación y a la lectura del espacio a las personas que los experimentan.
Perseguir este propósito es más un camino que un lugar de llegada, pues cada edificio es una oportunidad para aprender e intentarlo nuevamente, desde un lugar de servicio, empatía y escucha para con las personas, sus entornos, sus historias y sus ideales.
